domingo, 12 de junio de 2016

La danza y el baile en el Siglo de Oro español fueron una prácticas habituales en ambientes populares y cortesanos. El baile en dicho siglo, además de un entretenimiento, era un ritual de fuerte carga social y por ello era practicado por todos los sectores sociales. Según los datos que se desprenden de los numerosos tratados destinados a esta finalidad. La danza en todas sus dimensiones se había convertido en una práctica totalmente codificada, de difícil ejecución, en algunos casos, y de una importancia social que quizá ahora no alcancemos a valorar en su justa medida.

El baile era el entretenimiento predilecto de los estratos sociales inferiores, al igual que la danza era para los privilegiados un elemento fundamental dentro de los protocolos que seguían las relaciones personales de la época. Tal es así, que en la mayoría de los casos la danza constituía un auténtico formulismo social al que se debía responder debidamente. Del mismo modo, fue una práctica con una naturaleza comunicativa de primer orden. Si en los ámbitos populares bailar era un entretenimiento diario, siempre había tiempo y espacio para “organizar la zarabanda”, en los cortesanos saraos y danzas formaron un binomio perfecto e insustituible.

Ahora bien, hay que realizar una precisión al respecto, pues la danza en los ambientes cortesanos no posee la misma naturaleza que en los populares. Algunos autores han intentado precisar estos conceptos procediendo a una distinción entre danza y baile, definiendo a las primeras como danzas de cuentas y bailes de cascabel a los segundos. Sin ánimo de profundizar y entrar en detalles, ambos tipos de baile se distinguen tanto por las formas de representación como por los ambientes donde se ponían en práctica. El Diccionario de Autoridades de 1726 todavía diferencia danza de baile al señalar que “danza es baile serio en que a compas de intrumentos se mueve el cuerpo...”, mientras que del baile señala que es “hacer mudanzas con el cuerpo y con los pies y los brazos...”.

Danzas de corte:

Habitualmente eran danzas de pasos y mudanzas graves y lentas, propios de los escenarios donde se desarrollaba. La coreografía de estas danzas estaba perfectamente codificada en el caso castellano desde las primeras décadas del siglo XVI en el manuscrito conocido por el título Reglas de dançar conservado en la biblioteca del Palacio Real y para el siglo XVII en el tratado no menos importante debido a Juan de Esquivel Navarro: Discursos sobre el arte del dançado (Sevilla: 1642; Madrid: 1647?). En ambos se encuentra una amplia descripción de la piezas a danzar y especialmente de las coreografías que acompañan a cada pieza.

De entre los bailes cortesanos más habituales podemos destacar la Pavana, baile lento, de cuidados movimientos, y la gallarda o tourdion, ágiles y rápidos aunque conservando la impronta palaciega con la que fue concebida.

En cuanto a la gallarda, las fuentes indican que originalmente es un baile palaciego especialmente castellano. Teóricos de la época nos describen con todo lujo de detalles la forma de danzar una Gallarda a la manera de Castilla, en la que sólo se procedía al movimiento de pies:

“La reverencia ha de ser, grave el rostro, airoso el cuerpo, sin que desde el medio arriba se conozca el movimiento de la rodilla; los brazos descuidados, como ellos naturalmente cayeren; y siempre el oído atento al compás, señalar todas las cadencias sin efecto. ¡Bien! En habiendo acabado la reverencia el izquierdo pie adelante, pasear la sala, midiendo el cerco en su proporción, de cinco en cinco los pasos”.

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